Los resultados de las pasadas elecciones autonómicas fueron hábilmente aprovechados por el equipo de márketing de Mariano Rajoy para presentarlo como el auténtico vencedor de las mismas. De cara a su partido vio reforzado su liderazgo y de cara a los votantes del próximo verano le habrían colocado por delante de un Zapatero ahogado por la depresión económica. Es lo que tiene creer que la política se reduce a un enfrentamiento por los votos de los electores que guían los publicistas, los sociólogos especialistas en demoscopia y los creadores de “opinión pública”.
En las elecciones de la comunidad autónoma vasca no hubo ningún vuelco. No nos encontramos ante una “oportunidad histórica”. Fue mentira lo que propagaron desde Génova. Todo se debe a su asumida condición de gregarios del régimen. Ya desde la pre-campaña electoral fue muy llamativa la campaña que organizaron; por fin, decían, sería posible echar al PNV del poder. Lo calificaron como la necesaria regeneración democrática. Se airearon sondeos que daban a Francisco “Pachi” López muchas oportunidades. Y funcionó, el reparto de escaños posibilitó el desalojo de Ibarreche siempre que López lo acordase con Basagoiti.
A nadie de los que presentan al PP vasco como la llave del cambio se le ocurrió siquiera imaginar que Basagoiti no ayudase a echar al nacionalismo vasco del poder. En algunos no fue más que un mero “angelismo” que pretende hacer creer a los españoles que la deriva de descomposición nacional se puede enderezar dentro de las reglas de lo políticamente correcto. Angelismo constitucionalismo de frágil memoria.
En realidad, el nacionalismo vasco volvió a ganar en las urnas. Los votos de PNV, EA, EB y Aralar sumaron más de 630.000 (sin contar los 100.000 nulos de los etarras), mientras que los del PSE, PP y UPyD alcanzaron los 480.000. Entonces, ¿por qué se habla de una oportunidad histórica? Porque los etarras no estan en el parlamento autonómico vasco gracias a su exclusión electoralista por ZP y Rubalcaba. Un cálculo que ha permitido a López ser “lendakari”.
Pero lo que es –supongamos– angelismo entre los adláteres mediáticos del PP, en su cúpula es complicidad con la evolución del régimen juancarlista, enmascaramiento del mismo y seguidismo del PSOE en el proceso de confederalización. Los de la memoria frágil callan que en 2001 Jaime Mayor obtuvo 180.000 votos más que Basagoiti ahora; olvidan que junto con los de Nicolás Redondo alcanzaron entonces casi 100.000 más que los de López, Basagoiti y Rosa Díez juntos. La diferencia es que, entonces, los votantes nacionalistas percibieron a Mayor y Redondo como una amenaza “españolista” y acudieron en masa a las urnas: la abstención ha sido 14 puntos más alta que en 2001 (casi 300.000 votantes menos). Este no ha sido el caso con Pachi López.
La pretensión de que López representa una esperanza es falsa. Fue él quien reemplazó al defenestrado Redondo para emprender la vía vasquista junto a Eguiguren, tenaz muñidor de puentes con el mundo político etarra. La prueba de esta afirmación es la actitud de los votantes nacionalistas a los que no les ha importado el posible relevo: no en vano, la opción de gobierno preferida en las encuestas era la del PNV-PSE. Y el PP ha posibilitado la elección de un López que se comprometió durante la campaña a elaborar un nuevo estatuto autonómico a cambio de la presidencia del parlamento de Vitoria.
¿Es de fiar el PSE de López y Eguiguren? La respuesta es fácil cuando se recuerda sus negociaciones secretas con ETA-Batasuna. El destino del socialismo vasquista está escrito en el proyecto de confederalismo asimétrico que encarna Montilla. Y el PP vasco, ya sin la también defenestrada María San Gil, lo acelera con un acuerdo inane que será pronto papel mojado: los electos psocialistas votaron a favor de Arancha Quiroga tapándose la nariz y ni siquiera la aplaudieron, Jáuregui ha descartado el desalojo del PNV de la diputación alavesa y López ha reconocido que le hubiera encantado tener a Josu Jon Imaz en su gobierno.
Los resultados en Galicia demostraron que es el eslabón débil de “Galeuzca”, que se encuentra en un punto más atrasado en el proceso de confederalización de España. Constataron el fracaso de la coalición de psocialistas y nacionalistas en su proyecto de construcción nacional. Evidenciaron que en Galicia existe una mayor resistencia al nacionalismo antiespañol que en Cataluña y Vascongadas, seguramente porque su historia durante la segunda mitad del siglo XX ha sido muy diferente y no existe el equivalente a los colectivos de “xarnegos” y “maketos”.
Respecto a las elecciones de 2005, el PSdG perdió 31.000 votos (2%) y el BNG 41.000 (2,5%), mientras que el PP ganó sólo 33.000 votos (1,5%). Si en 2005, el PP del octogenario Fraga perdió la mayoría absoluta por muy pocos votos, ahora Núñez Feijóo la ha recuperado por otros tantos.
Al sectarismo y a la corrupción rampante del gobierno de Pérez Touriño y Quintana se les sumó la contestación ciudadana por la cuestión lingüística, convertida en un tema crucial que influyó decisivamente en el resultado. Así lo reconoció el propio Quintana, quien en su dimisión abogó por aparentar la aceptación coyuntural de la realidad bilingüe de los gallegos. Pero Quintana constató también el enraizamiento social de un galleguismo conservador que continúa siendo fiel al PP, sobre todo en el medio rural.
El fracaso del proyecto nacional gallego del gobierno saliente se evidenció con especial crueldad en estas elecciones. Según las encuestas, fue precisamente en los años de su mandato cuando el porcentaje de gallegos que se definen tan españoles como gallegos ha aumentado nueve puntos, hasta el 64%, desde 2001, mientras ha caído desde el 28 al 15% el de los que se sienten más gallegos que españoles. Esto ha sido constatado por Quintana al reconocer una “evolución españolizadora” de las clases medias, “cada vez más distanciadas del proceso galleguizador del nacionalismo”.
Feijóo ha devuelto al PP al poder porque aseguró comprometerse con el fin de la imposición lingüística galleguizadora en el sistema educativo, lo que contentó a medias a Galicia Bilingüe. Bajo algunas medidas efectistas (anuncio de la supresión de las “galescolas”) y una apariencia de libertad y respeto a la voluntad de los padres, anunció que los alumnos tendrían libertad para emplear el español en clase para dirigirse al profesor y para hacer los exámenes, además de poder comprar los libros de texto de las asignaturas troncales –no de todas– en castellano. O sea, se reconoció el derecho a emplear el español dentro de un sistema educativo que continuará con el gallego como lengua vehicular. Poco prometedores eran ya estos compromisos si tenemos en cuenta que fue precisamente un gobierno del PP de Fraga el que elaboró y aprobó la ley de política lingüística galleguizadora que el gobierno de Quintana y Touriño se limitó a aplicar durante sus cuatro años.
No ha tardado Feijóo en traicionar sus promesas. Así lo ha denunciado Galicia Bilingüe ante el nombramiento de un nacionalista como Anxo Lorenzo al frente de la política lingüística gallega. Los separatistas han vuelto a la calle retomando sus amenazas e insultos ante la pasividad de Feijóo. Y éste ha comenzado a desdecirse de sus compromisos electorales.