Hace poco, un nutrido grupo de magnates del entorno del rey, ha presionado al gobierno a favor de un golpe de timón. Y en el día 4 de diciembre de 2010, Juan Carlos de Borbón ha firmado su primer real decreto de estado de alarma en el reino de España. Con ello ha otorgado apoyo a la gestión de su mesnada predilecta, el PSOE. Pero lo ha hecho entronizando a su nuevo valido, Rubalcaba, el portavoz del gobierno de los GAL, incendiario de la jornada de reflexión del 13 de marzo de 2004 y encubridor del caso Faisán. Entretanto, el PP, ebrio de euforia demoscópica, no se ha enterado todavía de que Zapatero ha muerto y pide su comparecencia.
Los controladores aéreos han sido deliberadamente acorralados y conducidos a una celada. Pero su militarización y la imposición del estado de alarma, además de constituir medidas de dudosa legalidad, sobrepasan la trascendencia del conflicto que les ha servido de pretexto.
Suponen una exhibición de firmeza ante el capital financiero centro-europeo y el Fondo Monetario Internacional. Estos toman nota de que existe ahora en España un “hombre fuerte”, a quien no le temblará el pulso en la ejecución de cuantas medidas de ajuste deban acompañar a nuestra quiebra y colonización por la Eurolandia del eje franco-alemán.
Pero, sobre todo, esas medidas suspenden una brutal amenaza sobre todas las cabezas por las que pase algún sueño levantisco. No sólo están avisados los controladores aéreos. Lo están cuantos trabajadores sientan la tentación de emprender “acciones salvajes”, es decir, al margen de los cauces oficiales que consagran en todo momento la imposición de los intereses del gran capital y sus testaferros políticos.
De paso, permiten un fogueo de la Unidad Militar de Emergencias, la guardia pretoriana a las órdenes directas del gobierno, en la derrota de los “salvajes” y, como ahora sucede, en la vigilancia de sus trabajos forzados.
Para el necesario apoyo social, el partido del gran capital en el gobierno, el PSOE, invoca la lucha contra el “caos”. Invocación indispensable para movilizar a una jauría mesocrática, dirigiendo su desesperación, y también su roñosa envidia –«los controladores cobran mucho»–hacia el linchamiento de núcleos de trabajadores seleccionados como cabezas de turco. Primero fueron los trabajadores del metro de Madrid y ahora los controladores aéreos. Así se espera conseguir poner de rodillas al conjunto de la población trabajadora. Esto funciona. «¡Que caigan todos los derechos y libertades, mientras me pueda ir de puente! ¡Vivan las cadenas si quede a salvo mi movilidad viajera! Y como no pienso hacer nada, pese a que también estoy agobiado, descargaré mi rencor sobre quienes decidan hacer algo».
Como broche de la operación, el PSOE acusa al PP de complicidad con los sediciosos controladores. Es el sello de Rubalcaba: para los cuerpos, la violencia; para las almas, la mentira. Pero el PP traga, pese a que el PSOE le está arrebatando su marchamo de “partido del orden”. Todos con el régimen que, tras el 23-F y el 11-M sigue su marcha, golpe a golpe.
¡Fuera la militarización de los conflictos sociales y el estado de alarma!