Los resultados del 20-D
Las pasadas elecciones generales del 20-D aportaron una única novedad: el fin del plácido turnismo entre las dos fracciones establecidas del régimen juancarfelipista. El “no-gobierno” del PPSOE durante la nueva etapa del sistema capitalista inaugurada con la crisis de 2008 le ha pasado factura en las urnas. La labor continuada del turno Zapatero-Rajoy ha alienado a una parte significativa de su electorado. Así, el PP ha perdido un 33% de los votos recolectados en 2011 mientras que el PSOE, ha prolongado el descenso hacia su suelo electoral con los peores resultados desde 1977, con una pérdida acumulada desde 2008 del 49%.
Esta debacle ha venido acompañada por la aparición de dos nuevas opciones electorales, lo que ha llevado a los medios de propaganda del régimen a hablar del fin del bipartidismo en beneficio de una aparente mayor pluralidad electoral que se mueve, exquisitamente, siempre dentro de los límites del sistema. Tanto Podemos como Ciudadanos son anunciados como representantes de las masas indignadas, en mayor o menor medida, con la situación socioeconómica vigente. Los programas electorales tanto de Podemos como Ciudadanos se mueven dentro del más respetuoso reformismo del régimen vigente.
Y todo esto se ha producido en medio de una participación sólo ligeramente superior a la anterior de 2011, de apenas un 1,5%, pese a los intentos del régimen calificándolas como unas elecciones históricas, las más decisivas desde la muerte de Franco. Es evidente que la indignación no ha llevado a muchos más expañoles a las urnas: los indignados ya votaban anteriormente, sólo han cambiado el color de su papeleta. Porque más allá del previsible y justificado retroceso del PPSOE, con una pérdida acumulada de cinco millones de votos, la indignación ha encontrado su refugio en el mismo juego parlamentario de siempre. Como lamenta ahora un destacado ex diputado del reformismo desaparecido de UPyD, el nuevo reparto electoral es consecuencia «de la complicidad de un electorado tan indignado como pasivo y desinformado, que vota imperturbable a corruptos, ineptos e iluminados, a condición de que salgan en la TV todopoderosa y se hagan eco, no más, de sus quejas y aspiraciones».
Podemos, campeón del reformismo
Estas dos nuevas opciones electorales inocuas para el juancarfelipismo, que si bien se antojan los relevos generacionales a la derecha y a la izquierda del régimen de los banqueros, han quedado lejos de refrendar estas expectativas inventadas por los medios de comunicación a su servicio. Con todo, Podemos ha vencido a Ciudadanos.
Lo ha hecho gracias al importante apoyo electoral recibido en aquellas provincias en las que el nacionalismo antiespañol tiene un importante arraigo. Su alianza en las confluencias con las izquierdas defensoras del “derecho de autodeterminación” le ha permitido recibir no pocos votos prestados abiertamente separatistas que confían en su labor como caballo de Troya incrustado en el corazón del Estado. Su apuesta decidida por la destrucción de España como nación mediante la defensa de un Estado ibérico plurinacional y la exigencia del referéndum en los pactos formalizados, le han hecho vehículo de una nueva táctica que pasa por apelar a las masas directamente antiespañolas o, cuando menos, indiferentes que chapotean en el resto de España. Para ellos, Podemos será el necesario artífice del harakiri de la Nación española porque cualquier otra forma de ruptura pasa por el enfrentamiento abierto y, en última instancia, violento. Como ha venido intentando el nacionalismo vasco antiespañol a través de su brazo armado, ETA, durante cincuenta años.
El resultado electoral de Podemos sólo ha sido posible gracias al decisivo apoyo mediático desde el propio régimen. Inicialmente, desde el sector liberal-conservador, con el propósito de desgastar al PSOE creando una opción que le disputase el mismo espacio político. Posteriormente, desde el sector liberal-progresista, con el fin de frenar la imparable sangría de votos del PSOE al presentarlo como una opción radicalizada de izquierdas ante la que el PSOE recuperaría una imagen de centralidad, de moderación.
Este continuado apoyo mediático más una sustancial financiación desde el extranjero (tal y como hiciera en su momento el propio PSOE) explican su victoria sobre la otra opción “reformista”, la de Ciudadanos. Junto a esto, el hecho de que la consolidación de una alternativa al PP es menos acuciante para el sector liberal-conservador del régimen por cuanto, pese a la estrepitosa pérdida de votos, aún mantiene un atractivo entre el 30% del electorado.
Podemos, actor político decisivo
La ausencia de la institucional mayoría absoluta ha provocado un escenario poselectoral de apelaciones constantes al diálogo y a las negociaciones. Era en ese escenario donde el partido de Sánchez debía aparecer como la fuerza imprescindible para pergeñar acuerdos de gobierno, incluso de Estado, que acometiera las cosméticas reformas del régimen en esta nueva etapa del capitalismo depredador del siglo XXI. Pero ha sido Podemos el que, desde la teatral constitución de las Cortes, ha ocupado la centralidad del juego parlamentarista. Ha desplegado una agresiva iniciativa en la exigencia de constituir un «gobierno de progreso» y de reforma constitucional con el claro objetivo de reemplazar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda del capital, del régimen de los banqueros.
La simple suma de escaños hace imposible un nuevo gobierno de Rajoy, ni siquiera con Ciudadanos de comparsa. Sus pocas opciones pasan por provocar unas nuevas elecciones que le permitieran recuperar a votantes cabreados que votaron a Rivera apelando al voto útil. Aunque ni siquiera en ese caso parece que pudiera conseguir formar gobierno.
En el otro lado, todo el PSOE sabe que la repetición de las elecciones les llevaría a perder más votos y a ser superados por Podemos. Por eso, su supervivencia pasa por formar gobierno como sea. Y para ello debe hacerlo pactando con Podemos y otros grupúsculos caracterizados, todos, por su condición antiespañola. El acuerdo con el PP y Ciudadanos, exigido desde los medios peperos, significaría el triunfo definitivo de Podemos en su pugna. He aquí la posición fuerte de Iglesias: haga lo que haga Sánchez, Podemos sale ganando. De manera definitiva o parcial.
Y la posición fuerte, central, del juego parlamentarista de Podemos tiene trascendentales consecuencias para el destino de la Nación española. Su dependencia del electorado separatista, además de su propia convicción antiespañola, le ha llevado a poner como primera exigencia la certificación del fin de la Nación española. En el discurso de Podemos se propone el paso de las “nacionalidades” de la Constitución actual a las “naciones” deseadas por todas las fuerzas antiespañolas. En lo político, su reforma constitucional consiste en sustituir el Estado español por una confederación plurinacional como es actualmente la Unión Europea. Para ello se apoya en unas masas expañolas que, bien por indiferencia hacia el hecho nacional español o bien por un declarado odio hacia el mismo, aceptan como “democrático” cualquier referéndum de autodeterminación en cualquier región española.
Iglesias y los suyos se han proclamado auténticos patriotas por representar a la «gente normal» frente a los de arriba. Es el lenguaje de esta izquierda posmoderna, que ya no apela siquiera a las clases sociales. Pero es un absurdo ser patriota de la patria que se pretende destruir. Iglesias y los suyos afirman estar en contra de la independencia de Cataluña y otras regiones españolas. Pero al reconocer a Cataluña como un sujeto soberano nacional, poseedor de un derecho a la independencia, destruye a España como nación que es sustituida por todas las naciones ibéricas que tengan a bien “autodeterminarse”. La celebración de ese referéndum implicará el reconocimiento de una nación catalana y negará la existencia de la Nación española. Y como en otros casos, los separatistas antiespañoles quedarán definitivamente legitimados para promover nuevos referendos hasta que logren su propósito. Cuando Iglesias y los suyos afirman que sólo así se solucionará el «problema territorial» mienten. Darán una nueva victoria a las fuerzas antiespañolas y abrirán nuevas dinámicas de destrucción de España y de esa hipotética confederación de naciones ibéricas unidas, solo, por una fraternidad universal.
Las negociaciones por el nuevo gobierno de “progreso” pasan, de manera inevitable, por la reforma constitucional. Esto es algo aceptado por todos los actores políticos, incluso por el jefe del Estado. El PNV, agazapado hasta ahora, se ha animado a plantear su exigencia de bilateralidad entre un Estado vasco y el Estado español. España está siendo dinamitada y todos pretenden sacar tajada. Los nacionalistas vascos, además, intentarán preservan su privilegio del cupo con el que explotan y sangran financieramente a todos los demás españoles.
Podemos no es percibida como una fuerza de extrema izquierda más que por los sectores más derechistas. Es una fuerza progresista socialdemócrata que en su travesía por las diversas estaciones de la izquierda arrastra su odio a España sin abandonarlo. Es la voz de la masa indignada izquierdista que se conforma con recuperar los recursos suficientes para proseguir con su hedonista existencia. No les mueve ningún sentimiento de pertenencia a una colectividad, ni nacional, ni de clase. Una masa que se verá decepcionada si Iglesias y los suyos siguen subordinando su programa social al nacionalista de las fuerzas antiespañolas. Una masa de “gente común” que se verá decepcionada cuando Iglesias y los suyos planten sus reales en el consejo de ministros. Con Tsipras en el espejo.