Quedan lejanas las soflamas europeístas, las banderitas azules con cada vez más estrellitas, el himno a la alegría y los fuegos artificiales de la moneda única. Los últimos acontecimientos de Grecia parece que han abierto los ojos a mucha gente sobre la torva naturaleza de Eurolandia. Pero ni las chulescas amenazas de matón barriobajero de la Unión Europea (UE) a la quebrada y malhadada Grecia, incluida la intimidación del «Grexit», ni demás presiones y coerciones para condicionar rescates al cumplimento de salvajes paquetes de ajuste, los ultimátum, corralitos, el propósito de acreedores de resarcirse con el expolio del patrimonio griego, siquiera la intención de celebrar referendos de los helenos eran algo inédito en Eurolandia. Todo esto ha estado presente en los últimos cinco años en los que, recurrentemente, se ha apelado al futuro de la UE cuyo dramático destino, esta vez, parecía pender de unas negociaciones, presentadas con tintes épicos, entre el gobierno del aventurero Tsipras y los polis malos de Merkel, acompañados de los buenos de Hollande y Lagarde, con la intercesión trasatlántica de Obama.
Por un lado, si ha habido algo novedoso en estos días de asedio a Grecia es que, siendo clarísimo que la UE no es otra cosa que la plataforma del rapaz imperialismo de talonario germano, hasta la fecha, Alemania no había mostrado de forma tan descarnada su preeminencia sobre sus vasallos europeos y su voz de mando sobre los eurócratas de Bruselas y Fráncfort que suspiran por una Europa alemana. La expresión de esta arrogancia ha sido el humillante acuerdo impuesto a Grecia que incluye el saqueo de sus bienes, a modo de reparaciones de guerra.
Y por el otro lado, nunca antes se había presenciado tan monumental tomadura de pelo de un gobierno, el de Syriza, a su pueblo como en el referendo del 5 de julio en que se decía estar en juego su soberanía y dignidad nacional, a la postre pisoteada con la rendición de Tsipras.
A pesar del apabullante «no», los griegos, además de cornudos, van a ser apaleados por el propio Tsipras y, quizá, como en el cuento, hasta queden satisfechos, que es a lo que ya apuntan los últimos sondeos demoscópicos. Porque como piensan muchos griegos y los malos europeos, es mejor tener unos ahorrillos en euros que la décima parte de su valor en dracmas y porque Atenas, aunque sea un protectorado de Berlín, a fin de cuentas, todavía no es la paupérrima Kinshasa, aunque vaya de camino.
Pero los buenos europeos abjuramos de cualquier idea de Europa emparentada con Eurolandia y todo lo que representa: un espacio del gran capital articulado en torno a las falaces premisas del libre mercado, subordinado a la repugnante férula de Alemania, cuya impúdica hegemonía se levanta sobre la concienzuda demolición de las naciones de la periferia europea, a las que precedió el premeditado desmantelamiento, durante decenios, de su tejido productivo. Ahora las acorrala con el endeudamiento que su sector financiero alimentó en la vorágine de superávits de su industria exportadora. Y, como se ha visto en Grecia, a las bravas, las toma como botín. Frente a esta forma de colonialismo postmoderno, no es que sea posible otra UE alternativa, sino que sólo cabe su demolición.
Falsas disyuntivas
Varufakis y Tsipras se personaron en la corte de Eurolandia a mendigar el tercer rescate, conocedores de que era invariablemente doloroso, y a tentar la suerte con alguna forma de quita. Ante la negativa de Berlín y Fráncfort a sus pretensiones de reestructurar deuda, embaucaron a los helenos con un referendo de consumo interno en el que prometían por la gloria de las antiguas Atenas, Esparta y toda la Hélade, al igual que antes de llegar al gobierno, que paliarían el sufrimiento griego. Y fueron a por lana y salieron trasquilados.
Como señalaba el arqueo-Partido Comunista Griego (KKE), Syriza era portadora desde el primer momento de las negociaciones de un «memorándum de izquierda» con una propuesta propia de medidas de ajuste para ofrecer a Eurolandia en contrapartida al rescate que, finalmente, a la luz del desenlace, y más allá de lo previsto por los propios estalinistas recalcitrantes del KKE, serán más antipopulares y leoninas si cabe que cualquiera de las aplicadas por los anteriores partidos de gobierno, el PASOK y Nueva Democracia.
Syriza no ha planteado nunca en su programa electoral ni en el referendo sacar a Grecia del euro ni de la UE, ni aun en el supuesto de que fuera expulsada temporalmente de la moneda única, ni muchos menos reorientar Grecia hacia otros polos de concurrencia intercapitalista emergentes, como China y Rusia. Todo el alborozo en torno a esta formación que supuestamente iba aliviar el padecimiento griego se ha traducido en mendacidad. La estafa de Syriza es la misma que la de los farsantes que en España han colgado banderas griegas en solidaridad con el pueblo heleno en las jornadas en lo que se dirimía, a sabiendas de Tsipras, es que el resultado del «no» del referendo equivalía a un «sí» a todo lo que impusiera el Euro-Reich. Así, el partido español, hermano del griego, Podemos ha justificado al claudicante y ruin Tsipras.
Syriza es un partido convencional. Realmente, ¿alguien puede pensar que un partido electoralista con representación parlamentaria, a la cabeza de un gobierno de una “democracia” liberal-occidental, caracterizadas por ser oligarquías de partidos financiadas por el capitalismo, tiene como propósito la ruptura con alguno de los planos del sistema de relaciones jerárquicas en el que está integrado? Cualquier partido que concurra con su programa, por radical que se diga que sea, en unas elecciones para obtener representación parlamentaria u optar al gobierno no tiene ninguna intención de protagonizar revolución alguna ni la toma del poder. Objetivamente, su función será la de contención de cualquier conato de ruptura popular erigiéndose en un referente electoral con el que encauzar el descontento dentro del sistema, no contra el mismo. El fraude de toda expectativa de cambio y transformación queda garantizado a través del parlamentarismo. Es en los parlamentos donde se legisla y aprueba medidas contra los pueblos.
Rendición incondicional ante el Euro-Reich
El ex ministro de finanzas Varufakis ha declarado recientemente que no quedaba otra opción, «capitulación o ejecución», aceptar el draconiano programa de rescate o el castigo de ser expulsado del paraíso terrenal de Eurolandia y condenados a las tinieblas. No hay mayor engaño que la autocompasión. Así que, piadosamente, los mismos griegos excusan en la inexperiencia al joven premier Tsipras el resultado de esta funesta helenada que ha acabado en la traición de Syriza y un sañudo escarmiento propinado por la encanallada recua de socios europeos.
El benevolente Euro-Reich, con la ayuda procedente del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera redimirá a los griegos, después de la friolera de treinta y cuatro años de pertenencia a la UE, de las recién descubiertas taras seculares, al parecer heredadas de los otomanos, del que ahora dicen que es un atrasado estado clientelar y corrupto del Mediterráneo.
Las cláusulas del «armisticio» establecen profundizar en la precarización de las condiciones laborales y los salarios de los ya empobrecidos trabajadores, incluidos los salarios diferidos mediante el retraso de la edad de jubilación, despedir a mansalva a empleados del sector público, liberalizar sectores, subida de impuestos indirectos, y hasta la regulación de la libertad de horarios del comercio. Y como colofón, privatización de sus servicios y patrimonio que, por la incomparable impronta del genio alemán, deberá constituirse en un fondo fiduciario de activos públicos para minorar con los ingresos de su venta parte de la deuda contraída.
Tsipras, el Quisling griego
El primer ministro griego en un ejercicio de indignidad inigualable ha afirmado que no cree en el programa de ajuste, pero lo ejecutará. Presto, no ha tardado ni un minuto en llevar los términos del dictado del Euro-Reich para su aprobación al parlamento heleno y seguidamente, ha depurado a los ministros rebeldes de su gabinete. Se postula a sí mismo como el garante del cumplimiento de las exigencias del Eurolandia y estrangulará con sus propias manos a sus compatriotas.
España no es Grecia, pero podría ser peor
El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, fanfarronea que España es un país serio que cumple sus compromisos y respeta las reglas, y que si no fuera por su providencial gestión estaríamos como Grecia. En prueba de su leal obediencia a Berlín, se ha empleado a fondo en el escarnio a los griegos de los que podríamos estar más cerca de lo que muchos creen.
La deuda pública con Rajoy se ha disparado ya hasta el 135% del PIB, con un incremento oficial de más de 300.000 millones desde 2011, y sigue en expansión. Esto implica un enorme riesgo de crisis fiscal soberana ante cualquier inclemencia sobre una débil economía que no crece ni crecerá al ritmo necesario para responder a las obligaciones contraídas, carente de un nuevo modelo productivo que, ni está ni se le espera, actúe como motor de aceleración.
Por su montante astronómico, además esta deuda es impagable. Para mayor inri, a diferencia de Grecia que se benefició de quitas, en el reinito de Expaña no ha habido reestructuración de deuda. A cambio de nada, se ha acometido los ajustes propios de un rescate en toda regla con reformas de estructura tan severas como las griegas, inauguradas por el gobierno del PSOE de Zapatero y continuadas por el del PP en lo que ha significado un atroz retroceso en las condiciones laborales, salariales y recortes en prestaciones e inversión. Sin ser rescatado formalmente, se depende de los vitales manguerazos de liquidez del BCE y, se diga lo que se diga, aunque no haya habido quiebra soberana, Eurolandia ha tenido que acudir al rescate del sector financiero del reino, con el verdadero fin de salvar, al igual que en Grecia, al capital franco-alemán, en nuestro caso encenagado en las cajas de ahorro.
Gran parte de esta deuda soberana tiene su origen en la transformación de la privada en pública, como no puede ser de otra manera en un régimen al servicio de las oligarquías y los oligopolios del gran capital. La naturaleza partitocrática y la estructura autonómica del estado contribuyen al gasto público descontrolado, y los propios efectos de una crisis que Rajoy se empeña en decretar clausurada, pese a la mayor presión recaudatoria, contribuyen a la imparable espiral de déficit-deuda pública.
Mantra: la única vía es la ruptura
No hay vía indolora, nada es gratis. Esto lo deben saber los griegos, los españoles y los buenos europeos. Auditar, renegociar, reestructurar la deuda pública es imposible en el seno de Eurolandia, tal y como muestra Grecia. La deuda es el cepo con el que Euro-Reich somete a la periferia europea. Sacudirse este yugo y todo lo que lleva aparejado sólo puede realizarse a través de la ruptura con los instrumentos de dominación y división internacional del trabajo del gran capital: FMI y UE.
¿Recuperar la soberanía de los pueblos? Sí. ¿Es posible dentro de Eurolandia? Eso es un burdo embuste. En la actualidad, no hay soberanía sin potencia económica y eso requiere dotarse de herramientas imprescindibles de la soberanía económica: para empezar, moneda propia. Esto es, fijación soberana de tasas de cambio y tipos de interés. Pero no se agota en volver a una moneda nacional. Esta posibilidad se ha contemplado para Grecia dentro de la UE y algunos estados miembros están fuera de la eurozona. Por la borda también tienen que saltar las restricciones presupuestarias y fiscales que fijan los tratados europeos. Además, implica la denuncia de cupos a la producción, restricciones voluntarias, prohibición de subvenciones a determinados sectores, acuerdos comerciales desventajosos, etc. que han sido empleados en la UE para desarbolar a los competidores de la Mitteleurope.
Todo esto significa llevar una política económica autónoma fuera de la UE que permita construir la infraestructura de un modelo económico de potencia que sólo puede tener su fundamento en la reindustrialización y el recurso prioritario a I+D+i, liderado por un vigoroso sector público controlado democráticamente. Si esto además no va acompañado de actuaciones contra el núcleo oligopolista que concentra en sus manos sectores estratégicos, como la energía o el financiero, sería irrealizable.
Y ello encarna una profunda transformación de las relaciones de poder y aboca inexorablemente a una lucha sin desmayo en un primer escalón contra las oligarquías políticas, oligopolistas y financieras que bajo la égida de Eurolandia asientan su poderío en cada nación europea.
Este combate político no es posible llevarlo a cabo acudiendo a las formas de participación y representación provistas por el sistema liberal-capitalista para reproducirse y legitimarse. Es decir, mediante el electoralismo y el parlamentarismo no se puede acometer un programa de ruptura, porque precisamente es un circuito de control establecido para impedir subvertir ese orden. No hay ninguna experiencia histórica que avale que formaciones democráticas y socialistas hayan podido introducir cambios sustanciales, siquiera a través del reformismo. De la misma manera, esto pone en relieve que la relación con los medios de acción política determina la autenticidad de una alternativa revolucionaria. Nunca habrá un verdadero programa rupturista contenido en un programa electoral ni en la presentación de candidaturas. Y si lo pretende, es un engaño deliberado.
Por tanto, del mismo modo que esta brutal realidad que presenciamos impone dejar atrás credos e idearios fracasados, también obliga a arrumbar viejos e inanes métodos y a innovar en las formas de acción política que, invariablemente, pasan por la auto-organización y la movilización directa de masas al margen de los circuitos del sistema, hasta lograr la defenestración de las oligarquías del gran capital.
Sólo un avance en esta dirección en las naciones europeas permitirá alumbrar una nueva Europa, unida por lazos confederales respetuosos con la soberanía nacional de sus integrantes, decididamente socialista y que podrá reconocerse en las grandes adquisiciones que nos ha legado su prodigiosa andadura en la historia: la verdad racional, la ciencia y la técnica vinculada a los métodos logo-experimentales, la democracia, la república, la nación política, la figura del ciudadano, el estado laico como salvaguarda de la libertad de culto, etc.