En Libia tenemos, de un lado, a la tribu de Gadafi, constituida en partido-“Estado de masas”. Esta tribu y su régimen, corrupto y nepotista, se ha estado embolsando fabulosos beneficios de la explotación del petróleo, últimamente cedida a compañías italianas, rusas y chinas, principalmente. También está Repsol.
Como Gadafi no se fiaba del ejército regular, lo ha complementado con milicias y escuadrones de mercenarios. A estos últimos, cuando combaten a favor del imperialismo yanqui-sionista, como ocurre en Iraq y Afganistán, se les llama contratistas.
De otro lado, y al rebufo de la “revolución árabe” de Túnez, Egipto y otros países, las tribus libias marginadas por Gadafi del reparto del botín se han lanzado a una insurrección jaleada por toda la opinión pública occidental, desde los más furibundos liberales y neocon, a los anarquistas y trotskistas.
Pronto han sacado la cabeza los líderes de esa “revolución popular”. Son los antiguos ministros de Justicia e Interior, ambos involucrados durante décadas en la represión gadafista. También se han hecho visibles los grupos denominados primero revolucionarios y luego rebeldes: el Frente Nacional por la Salvación de Libia, de orientación liberal useña y con sede en Washington, con un brazo armado, el Ejército Nacional Libio, cobijo de los desertores, por fidelidad tribal, del ejército de Gadafi; la Unión Constitucional Libia, de reverencial lealtad al depuesto rey Idris, cuya gloriosa bandera enarbolan todos los rebeldes en los frentes de batalla… Y contando además con el abnegado sacrificio del yihadista Grupo Islamista Combatiente, que en estos momentos críticos para la ”revolución”, ha hecho la concesión de solicitar ayuda humanitaria a sus archienemigos, los «infieles cruzados» de la OTAN. En resumidas cuentas, una “revolución” tribal, liberal, monárquica e islamista.
Entre los terceros interesados ha destacado por su activismo frenético Francia, seguida por Gran Bretaña, deseosas de llegar antes que nadie al saqueo del petróleo libio a través de una intervención armada. Con ello ha saltado un eslabón del eje franco-alemán, por la reticencia germana a una intervención armada. Obama, empantanado en Iraq y Afganistán, ha titubeado durante un tiempo. Pero los contraataques de las fuerzas de Gadafi han disipado sus dudas.
En lo doméstico, el PSOE ha revelado una vez más su talante de sicario del imperialismo más criminal no desmentido por su retirada de Iraq en 2004, una mera farsa para consumo doméstico. Bajo su iniciativa, el conjunto de los partidos del régimen juancarlista, con alguna excepción como IU, ponen la utilización de las bases, el Ejército del Aire y la Armada al servicio de la intervención. Ésta ha sido finalmente aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU, mediante una resolución que incluye la creación de una zona de exclusión aérea –que implicará los bombardeos de rigor– y «todas las medidas necesarias», que también implican ataques de la aviación otánica, para «proteger a los civiles y las áreas pobladas por civiles».
Los humanitarios unidos del mundo entero ya tienen la carnicería que pedían. El Partido Nacional Republicano, atento tan sólo al presente y futuro de nuestra desgraciada patria, se niega a tomar partido en una guerra civil tribal y denuncia el verdadero designio de la intervención: todo por el petróleo. Iraq, Yugoslavia, Afganistán, ahora Libia, mañana Irán, Siria… No más «intervenciones humanitarias» del imperialismo.
¡Ni un soldado español para la intervención en Libia!
¡España, fuera de la OTAN!
¡Fuera las bases yanquis del territorio nacional!