El Partido Nacional Republicano, tras dos décadas de trabajo ininterrumpido, ha acometido la tarea de analizar en el marco de su IX Conferencia Nacional la viabilidad de un partido nacionalista español y socialista y la de su proyecto de refundación de España en la República para los años venideros.
Hay varios hechos fundamentales constatables a la luz de la experiencia histórica reciente:
La colosal crisis económica de los últimos años y el subsiguiente retroceso y expolio impuesto por el gran capital sobre los derechos, libertades, condiciones laborales y de vida en general, así como las criminales guerras yanki-imperialistas desencadenadas contra terceros países y la coartada de la amenaza terrorista empleada para ejercer un control social sin precedentes, no han decantado a sectores de masas españolas ni europeas hacia una radicalización política e ideológica que cuestione el capitalismo como modo global de vida.
En clave estrictamente nacional: la presión secesionista en Cataluña de los últimos años no ha desatado un clamor españolista, siquiera reactivo. En cualquier caso, toda expresión de repudio al separatismo se ha movido en las coordenadas del “constitucionalismo” borbónico y la ideología liberal-individualista que denosta por igual todo nacionalismo. No existe pues nación española como tal, sustentada en el concepto jurídico-político de pueblo o en la simple emoción y sentimiento de lo nacional ni Estado que la prodigue y defienda bajo el régimen borbónico de la monarquía y las autonomías.
Los sectores más descontentos de población han encontrado en nuevas formaciones electorales del régimen (Podemos y C´s) su referente político. Tampoco se ha dado un crecimiento significativo de la abstención en ninguno de los comicios celebrados últimamente que pudiera interpretarse como castigo a la miseria política, económica-social, moral e institucional destilada por el juancarfelipismo. Por tanto, no hay elementos de ningún sector que opten por la ruptura con este régimen corrupto.
Puesto en relación con la línea estratégica del PNR de acción directa de masas (entendida como única alternativa posible al parlamentarismo del régimen liberal-capitalista para implantar un programa de reconstrucción nacional que desplace del poder a las oligarquías de las finanzas y los oligopolios y a sus servidores de la partitocracia y el nepotismo), lo anterior muestra que la gran mayoría de la población sigue anclada a los patrones de la representatividad y participación política propios del liberal-capitalismo. Esto es, el electoralismo-parlamentarismo, consustancial a esta forma de dominación socio-económica, política e ideológica.
Con toda la crudeza
Este análisis general queda reforzado por la confluencia de una serie de rasgos inherentes al periodo que vivimos que, de manera indefectible, obstaculizan la irradiación programática del PNR.
El eje soberanía-nacionalismo sobre el que se asienta el programa del PNR es ajeno a cualquier concepción, percepción o sentimiento político movilizador de los pobladores y compatriotas de España que, si no son a-nacionales o anti-nacionales, resultan más proclives a identificarse con el cosmopolitismo humanitarista o al europapanatismo.
No existe en nuestro entorno europeo ningún fenómeno o formación política que augure el predicamento del nacionalismo político, el socialismo y la acción política al margen del electoralismo y parlamentarismo, ya no en términos similares a los de nuestro Partido, siquiera en la misma dirección.
La política es concebida por la masa exclusivamente como electoralismo-parlamentarismo. El partido, como una mera máquina electoral de votantes.
El partido de militantes de cuño revolucionario podría ser un instrumento del pasado, con reminiscencias procedentes de experiencias históricas periclitadas.
Ideológicamente, el liberal-individualismo-libertario ha sido entronizado en todas sus variantes y formas más atroces entre las masas, bajo las diversas franquicias que componen el falaz espectro izquierda-derecha. El nihilismo ha triunfado en sus derivas más estériles y aniquiladoras.
Actualmente, no existe un tipo humano que por sus características y valores sea capaz de atender o portar una alternativa a la barbarie liberal-capitalista, al menos en España.
En buena parte, todo esto podría explicar el grado de difusión programática e implantación del Partido Nacional Republicano. Somos plenamente conscientes de que un programa político no puede ser sustentado por una organización indefinidamente sin resultados tangibles ni avances organizativos, so pena de convertirse en un mero cenáculo de diletantes. No es nuestra vocación. Nuestro proyecto es para aquí y ahora.
Partido, Mundo
Sin embargo la Política es, ante todo, política internacional y de la misma se derivan todas las cuestiones cruciales. Hoy se abre ante nuestros ojos un panorama inédito. La emergencia de un orden internacional multipolar con la irrupción de Rusia y China, convulsionan el decadente mundo unipolar que hemos conocido en las tres últimas décadas, cuya virulencia y paroxismo coincidió con la fundación del PNR y buena parte de su singladura. Hasta el momento, parecía un orden inamovible e inexpugnable:
Esta incipiente reordenación manifiesta, ante todo, el debilitamiento de USA como potencia global y la de sus aliados, sacude a sus organizaciones, estructuras de coordinación y alianzas político-económicas, diplomáticas y militares. La contención del poderío norteamericano, queda patente en los casos de Siria y Ucrania, escenarios sobre los que sus planes, por el momento, han quedado desbaratados por la intervención audaz y desafiante de Rusia en un asombroso despliegue de gran estilo. La reorientación de algunos de los estados vasallos de USA, por no decir que desafección (Turquía o Filipinas) hacia las nuevas potencias simbolizan este cambio, inimaginable tan sólo hace un lustro. Es posible que, en ciernes, se esté produciendo la gestación de nuevos bloques.
La emergencia de otras potencias (previsible en el caso de China e inesperado en el de Rusia a la que se daba por finiquitada) a pesar de USA, el mayor enclave del orden capitalista mundial, es sintomático de su incapacidad de erigirse, como pretendía, en único poder incontestable. Ahora, y no antes cuando podía hacer y deshacer a su antojo, es cuando USA tendrá que pugnar por la hegemonía mundial.
La inexistencia de un combate ideológico entre potencias que implique el cuestionamiento del capitalismo, sino que se produce en términos de mera concurrencia interimperialista, no obsta a que se articule e introduzca elementos discursivos funcionales a la pujanza de las nuevas potencias globales en la configuración y asentamiento de un orden multipolar que saludamos con gran regocijo.
Eurolandia, lo que se conoce por la UE, desde el estallido de la Gran Recesión, bajo el férreo dictado de Alemania, se ha convertido en un sueño roto para una parte de las masas europeas y ha quedado desenmascarado su carácter de plataforma del imperialismo económico germano y el gran capital centroeuropeo. Al aldabonazo recibido por el Brexit, podría seguirle el tiro de gracia que supondría la victoria de Le Pen o el descalabro de Grecia en su enésimo rescate.
España, dentro de la constelación en la que está integrada (OTAN-UE, bajo la égida USA y su virreinato europeo de Berlín), no será ajena a las convulsiones y cambios que se produzcan en el orden internacional capitalista.
Se habla en estos días del fin de la era globalizadora con la victoria del Brexit en Reino Unido o la de Trump en USA. En su momento analizamos la globalización: ese fenómeno supuestamente novedoso con el que se despedía el pasado siglo y arrancaba el presente, no era tal desde ninguna vertiente, ni económica ni política ni tecnológica ni en las telecomunicaciones ni cualesquiera que presentase un cambio sustancial en relación al capitalismo en su etapa imperialista, algo ya conocido desde el siglo XIX. El capitalismo financiero se ha aupado en el progreso técnico y ha precisado, como siempre, de la protección estatal y guerras de rapiña para conquistar mercados. Es la triste crónica de las últimas décadas.
Plantear dicotomías como neoliberalismo vs. proteccionismo, soberanismo frente a globalización, populismo o cualquiera otro que sea formulado en términos similares es un ejercicio propio de columnistas de prensa y académicos metidos a periodistas para entretenimiento y deleite de lectores, pero no retrata el conflicto de fondo ni representa que se esté alterando los fundamentos del capitalismo ni de los regímenes liberal-capitalistas de Occidente. Ni la victoria de Trump ni la del Brexit, ni la hipotética de Le Pen, son expresiones de contestación político-ideológicas al mismo. Ahora bien, si algo atisba todo esto, es una realidad: la revalorización de la idea de estado-nación por sectores populares en un momento en el que se había decretado la muerte de esta forma de organización política en nombre de pretendidas entidades supranacionales o supuestos procesos históricos inexorables, superadores del ámbito estatal-nacional.
Lo que subyace en el realineamiento internacional y el triunfo de alternativas electorales que cuestionan los discursos predominantes hasta la fecha, es el cambio de paradigma del sistema capitalista, atascado tras varios intentos fallidos de impulso en los últimos decenios (sin perjuicio que pueda intentarse quemar un último cartucho con una nueva oleada tecnológica basada en la introducción masiva de robótica e inteligencia artificial) en una nueva fase cuya característica aún desconocemos en todo su alcance, pero que apuntan a la regularización del estancamiento estructural crónico, frente al viejo eslogan de crecimiento ilimitado; redimensión y reparcelación del mercado mundial junto a la emergencia de nuevas potencias concurrentes. Situación que no se puede descartar que desemboque, una vez más, en una guerra mundial capitalista entre bloques, cuyos entreactos podríamos estar ya presenciando.
Sin tregua
No estamos sólo ante una coyuntura del Partido, sino del Mundo. Circunstancia para la que el programa del PNR conserva toda su vigencia.
El estado-nación soberano es la estructura organizada mínima para resistir y lanzar un combate contra la barbarie capitalista y el imperialismo. La organización especializada en hacer política en el estado-nación no es otra que el partido. El partido nacionalista, concebido en nuestros términos, es la única organización política que puede designar como objetivo la emancipación de un estado vasallo adscrito a un bloque capitalista, como la actual Expaña borbónica, hacia la autonomía de un estado soberano.
Sin duda, el estado-nación soberano es aquel que goza de soberanía efectiva. Esto es, entre otras características, potencia económica, dominio de los instrumentos de control monetario y fijación de tipos de interés, suficiencia energética, titularidad pública de los grandes medios de producción y sectores estratégicos y, además, capacidad nuclear para disuadir las asechanzas y agresiones imperialistas.
De entrada, esto supone romper con la UE, la OTAN, el FMI y la ONU. Pero no para vivir en un espléndido aislamiento o como un anacrónico estado paria en el orden internacional, sino que deberá por cuestiones vitales y de pura supervivencia estrechar lazos de todo tipo con otros Estados-nación, preferentemente, con aquellos cuyos pueblos ansíen la misma libertad. Esta interdependencia exige articular una confederación europea de estados nacionales independientes de cualquier bloque o potencia global en liza. No puede ocultarse que, en primera instancia, esto implicaría un acercamiento a potencias emergentes como China y, primordialmente, Rusia cuya alianza podría procurar un vasto espacio euro-asiático de prosperidad.
Sólo un partido nacionalista y socialista puede sostener un programa de reconstrucción nacional que traiga la soberanía efectiva.
Sólo un partido nacionalista puede preconizar sin paliativos la total erradicación de la excentralización político-territorial y la supresión de las tensiones centrífugas internas que sufrimos.
Sólo un partido de cuño revolucionario puede clarificar que el acceso al poder no se puede obtener a través de las vías electoralistas ni la actividad parlamentaria propia de los regímenes liberal-capitalistas, sino mediante la acción directa de masas, a través de la impugnación nacional-popular autorganizada en ruptura con estos regímenes. Ninguna experiencia histórica previa muestra que a través del circuito elecciones-parlamentarismo, ni aún en el supuesto de acceder al gobierno, pueda reformarse o transformase las estructuras de dominación económico-social del gran capital.
La IX Conferencia Nacional ratifica que sólo un partido nacionalista y socialista no parlamentarista, por tanto de cuño revolucionario, puede acometer o inspirar esta gran tarea. Hasta el momento, el único Partido que existe con estos rasgos y reúne en su programa estas ideas-fuerza es el Partido Nacional Republicano. Proseguimos con nuestro reto de refundar España.
Queda por delante emprender una labor de actualización de contenidos y fundamentación, reorientación de la agitación y propaganda y de los medios empleados para la difusión, todo ello acorde a nuevos tiempos.