El Régimen del 78 es enemigo de España desde sus albores. Por ello, los objetivos de su política internacional son diametralmente opuestos a los intereses de la Nación. Así, Juan Carlos I entregó a Hasán II la provincia española del Sáhara Occidental, con la aquiescencia de Estados Unidos, en contrapartida del entendimiento entre ambas monarquías, asumiendo que Marruecos no descartaría futuras anexiones de otros territorios españoles; en concreto, Ceuta y Melilla, donde además del quintacolumnismo de la población mayoritariamente marroquí, las dos ciudades no fueron incluidas en el marco de defensa mutua con la posterior adhesión de España a la OTAN.
Nuestro limes africano sufre además la presión migratoria de todo un continente devastado por el necolonialismo y las guerras de rapiña de EE.UU. y sus socios, principalmente Francia y Reino Unido, y cada vez más China. Procedentes del otro lado del Sáhara, incesantes oleadas de jóvenes ajenos a nuestra civilización se ciernen sobre una Europa demográficamente deficitaria.
Aún así, la mayor amenaza a nuestra integridad territorial procede de aquellas oligarquías que han germinado en las regiones industrialmente más prósperas al calor del Franquismo y de la constitución del 78, conformándose en auténticos estados y que continuamente disputan la soberanía española.
Ante este hecho, las escasas reacciones de miembros del ejército han sido duramente reprimidas: en 2006 el Teniente General don José Mena Aguado fue cesado por recordar la existencia del art. 8 de la constitución, que alude al papel de nuestras Fuerzas Armadas como garante de la integridad territorial, ante la ampliación de competencias del nuevo estatuto de autonomía para Cataluña, y que proclamaba a Cataluña como nación en su preámbulo. La confusión del generalato de ceñirse a la legalidad con someterse a instrucciones políticas, ha conllevado a la parálisis e inacción del Ejército como instrumento del Estado para defender el territorio y a sus ciudadanos. Si la actual crisis separatista en Cataluña hubiera requerido la hipotética intervención de nuestros ejércitos para defender a nuestros compatriotas, esta habría descartada de raíz bajo este régimen.
Para el Régimen del 78, el Ejército lejos de ser el centinela armado de la Nación, debe limitarse a cumplir los objetivos marcados por Estados Unidos y la OTAN. Este humillante papel subalterno ha transformado la estructura de un ejército nacional en un cuerpo auxiliar del US Army, y ha reducido nuestra diplomacia a meras delegaciones y comitivas de empresarios.
Desde el punto de vista de la defensa del territorio nacional, la situación del Ejército de Tierra es catastrófica. La desaparición del servicio militar obligatorio y la profesionalización ha eliminado cualquier componente ideológico-patriótico, ofreciendo al militar sólo cierta estabilidad económica en el funcionariado armado del régimen.
Un plan para la defensa del territorio supondría la optimización de nuestra abrupta geografía mediante el uso de tropas especializadas. Por ejemplo, las antiguas COEs, que eran el nervio de la resistencia para una guerra de guerrillas, desaparecieron en favor de comandos con funciones muy técnicas y precisas homogeneizados en la operativa de las guerras de agresión de la OTAN. Y las tropas de montaña y de paracaidistas han quedado reducidas a su mínima expresión en el marco de la nueva Brigada Orgánica Polivalente.
Al contrario, la propaganda yanqui-otánica extiende la idea de una seguridad colectiva, según la cual un estado es incapaz de defenderse sin la colaboración cada vez más íntima con los EE.UU. El Régimen del 78 es ejemplificador; él mismo no deja de ser un éxito de la política exterior norteamericana y sus servicios de inteligencia durante la Guerra Fría. Una vez desaparecida la URSS, este Régimen ha conducido a los españoles a ser coautores de las agresiones de EE.UU a otros estados soberanos, que en nada suponían una amenaza ni real ni en potencia para nuestros intereses (Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria). Además, nuestro territorio sirve de soporte para lanzar desde las bases norteamericanas sus ataques y nuestras dotaciones navales están equipadas con los mismos sistemas misilísticos que los norteamericanos dirigen contra la Federación Rusa bajo la coartada de escudo defensivo antimisiles ante pretendidos ataques de potencias menores como la lejana Corea del Norte.
En este momento, dentro del contingente que la OTAN tiene desplegado en Letonia para contener la supuesta “amenza rusa”, España cuenta con efectivos de infantería acorazada (carros leopard, pizarro, etc), y cazas eurofighter. La misión de las tropas españolas destacadas en el Este de Europa no consiste en defender a las repúblicas bálticas de una supuesta agresión rusa, sino que como declaró en agosto de 2015 el entonces jefe de estado mayor del US Army, general Mark Milley ,“la guerra, el acto de política mediante el cual una parte intenta imponer su voluntad a la otra, se decide en el terreno donde vive la gente”. En ese mes de agosto, cinco mil paracaidistas de la OTAN eran lanzados a lo largo de las fronteras con la Federación Rusa, Ucrania y Bielorusia, entre los cuales varias compañías de paracaidistas españoles al este de Rumanía, a escasos minutos de vuelo de Crimea.
Nada les gustaría más a los pirómanos de Washington que encender nuevos conflictos en Europa Oriental, con tal de desestabilizar y aislar a Rusia, igual que hicieron en Ucrania.
No debemos olvidar que militarmente Europa occidental ha sido desde 1945 una marca fronteriza de EE.UU. La instalación de los silos nucleares y bases norteamericanas, que incluyen nuestro territorio nacional, habrían sido mucho más problemáticas sin la americanización y homogenización previa de las diferentes sociedades y culturas del subcontinente.
España es militar y culturalmente un paradigma de sumisión al imperio yankee, por eso aquellos que luchamos por la liberación nacional de nuestra Patria observamos con atención la determinación de la Federación Rusa para construir un proyecto político que resurge de los escombros de la URSS, y que ha protagonizado en Siria la primera victoria contra EE.UU desde el fin de la Guerra Fría.
Reservamos únicamente al pueblo ruso la capacidad de decidir la suerte de su sistema político y juzgar las virtudes y defectos del régimen oligárquico que dirige V. Putin desde hace casi dos décadas. Pero igualmente celebramos el consumado éxito de la diplomacia y las armas rusas tanto en Crimea como en Siria, ante la impotencia de Washington y sus lacayos de Madrid.
Ojalá nuestros Ejércitos sirvieran sólo a objetivos nacionales, al igual que lo hacen con determinación los rusos.