El Partido Nacional Republicano desecha la idea que a través de la participación en unas elecciones convocadas por el régimen borbónico se pueda cambiar algo sustancial en las estructuras de poder de un sistema capitalista o siquiera introducir reformas de cierto calado y regeneración democrática. Mucho menos que sea posible materializar nuestro programa político de refundación nacional de España en República unitaria y socialista.
El juancarfelipismo, a través de los comicios, cubre el expediente de autolegitimación y autorreproducción de su dominio mediante la renovación y recirculación en el poder ejecutivo y en el parlamento de los gestores políticos de la partitocracia que, invariablemente, legislarán y gobernarán a favor de los intereses de las oligarquías de las finanzas y los oligopolios del gran capital. Se añade la función de control social prestando los cauces que pretenden ser la plasmación del ideal democrático a través de un burdo plebiscito del partido único del régimen, se presente en forma bipartidista o, como ahora, multipartidista con la presencia de nuevos partidos en pujanza.
Los “emergentes”
En este sentido, se ha dado gran repercusión y apoyo mediático a la irrupción de nuevas formaciones, los “partidos emergentes”, Podemos y Ciudadanos, la supuesta alternativa al desvencijado bipartidismo, cuya principal virtud es contener y embaucar en los límites del juancarfelipismo la desafección y el desencanto que genera el establishment PP-PSOE. Su misión es reconducir al voto a masas de compatriotas que, de otra manera, se encaminarían a la abstención o hacia a la ruptura. Subyace, paradójicamente, también su cometido de muletas para los grandes partidos tradicionales que se enfrentan, según todos los pronósticos, a mayorías exiguas para formar gobierno tras el 20-D.
Así, Podemos tras una considerable rebaja de contenidos aparentemente radicales, que no eran más que propuestas de la socialdemocracia de última generación, trata de arrebatar al PSOE los votos que le permitan subsistir en su órbita y en los aledaños del resto de la “casta”, propalando la falsa ilusión de que «sí se puede» cambiar el sistema desde dentro. Syriza en Grecia muestra al partido hermano cuyas promesas de “empoderamiento” popular y ciudadano se han trocado por el encadenamiento del pueblo griego a los devastadores programas de ajuste y reintegro de la deuda de Eurolandia, ejecutados implacablemente por Tsipras al frente del gobierno heleno. Para mayor inri, la formación que lidera Pablo Iglesias deja patente su carácter antinacional alineándose con el “derecho a decidir” de las burguesías antiespañolas de Cataluña y la izquierda abertzale post etarra de Vascongadas y Navarra.
Por su parte, la formación de Albert Rivera, Ciudadanos, despliega un discurso socio-liberal progre con visos regeneracionistas, pero concomitante en esencia con los del PP y el PSOE. Alardea del constitucionalismo y el estado autonómico que nos ha traído hasta la declaración de independencia del parlamento autonómico catalán; no pierde ocasión de manifestar su fervor por Eurolandia; y jalea la intervención de la OTAN que se cierne sobre Siria tras los atentados de París, en línea con la ejecutoria de criminales de guerra de los gobiernos del PSOE y PP, siempre prestos a ceder bases y tropas para las matanzas del imperialismo yanqui.
Abrir el melón constitucional
La ausencia de mayorías absolutas para estas generales se da por descontada desde hace tiempo y con las nuevas formaciones en liza se prevé un escenario post electoral fragmentado que alumbrará una legislatura pactista y de componenda. Coincide que la mayoría de partidos con posibilidad de obtener representación parlamentaria incluyen en sus programas electorales propuestas de reforma de la constitución del 78. Afecten a un capítulo u otro, o vayan en tal o cual sentido tales propuestas, el hecho es que se abrirá el debate constitucional y se permitirá la presentación de ponencias con la posibilidad de prosperar, a falta de una mayoría hegemónica e incontestable en el Congreso.
Con el trasfondo del proceso independentista en Cataluña, el plato fuerte se servirá con la revisión del modelo de distribución territorial del poder sobre la base del artefacto autonómico. En aras del consenso y con el pretexto de salvar la situación catalana, de un modo u otro, la próxima legislatura pondrá sobre la mesa un estado confederal de facto, liquidador de la soberanía nacional-popular española, con el reconocimiento de Cataluña y Vascongadas como “naciones” con atribuciones paraestatales dentro del ordenamiento jurídico resultante de la reforma.
¡Abstención activa!
Algunos compatriotas se debaten todavía en la víspera de las generales entre las diversas opciones que oferta el juancarfelipismo. Sobrevaloran el sentido de su voto y el ejercicio de responsabilidad, atribuyendo a su sufragio un carácter trascendental y decisivo. Pero bajo este régimen, resulte vencedor el partido que sea, quede configurado de una manera u otra el congreso de los diputados, no habrá otra dinámica más que la que sirva para profundizar en el deterioro de las condiciones socioeconómicas de los españoles; supeditarnos a Eurolandia y su reformas de estructura; embarcarnos en las guerras imperialistas; y disolvernos como nación.
Llamamos a nuestros compatriotas a no autoengañarse: no hay voto útil, determinante o de castigo que valga para variar la impronta antinacional, antisocial, antidemocrática y criminal del juancarfelipismo. Eso solo será posible mediante la defenestración de este régimen en la calle. No obstante, para avanzar en esa dirección desde este mismo momento, se hace preciso adoptar una actitud activa de repulsa, plasmada mediante la abstención. Ha de quedar manifiesto el rechazo y la desconexión hacia el régimen en su conjunto.
El 20 de diciembre, ¡no votes!
¡Abajo el juancarfelipismo! ¡Viva España!
¡Hacia la Tercera República!